martes, 16 de octubre de 2007

En defensa del fútbol

Un día un amigo me dijo que la tristeza es egoísta. Es cierto. Hay un extraño regocijo en la permanencia taciturna, en el posicionarse ante la vida como un perdedor, de tal manera que hay gente que cuando no tiene problemas se los inventa, o los magnifica. Digamos, por resumir, que hay personas que se sienten inquietas en la calma, incómodas en la quietud.
El fútbol opera de forma parecida con los equipos que ponen el autobús o cuelgan a seis del palo. Se acostumbran tanto a defender y a achicar balones que cuando llega el “tiempo de resumir” (Silvio Rodríguez dixit), ése que viene después del de las prisas, la inoperancia es tal, por desconocimiento y falta de costumbre, que lo más probable es que acaben con la consabida cara de tonto del derrotado, ahíto de desgracia.
De ahí el gusto por el fútbol de ataque (que no está reñido con intensidad defensiva. Ejemplos hay, como el Milán de Sacchi o el Barça de Rijkaard). Porque en la vida como en el balompié es bueno y se hace hasta necesario intentar controlar tu tiempo, no cederlo a otros, y estar orgulloso de ello y mantenerlo, aun a costa de los palos y el desengaño. Que a defender(nos) y no asumir(nos) nos han enseñado de pequeños y lo sabemos de memoria. A lo otro, a la humilde heroicidad de marcar uno mismo las pautas, el tempo y los caminos, sólo se aprende sin permiso y con imaginación. Como el buen fútbol.

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